martes, 10 de enero de 2012

INFINITUD

 Dos golpes en la ventana. El viento del sur negándose a la lluvia. La luna mimetizada con las nubes y la mano buscando la perilla de la lámpara. Las líneas del reloj digital se veían más rojas que otras veces... como otras veces. Las 5 de la madrugada y otra noche eterna sin poder dormir. Las noches por momentos se parecen a los terremotos, a los incendios, a los accidentes de tránsito. Parecen catástrofes en medio del desierto
 El tiempo incontrolable pasaba receloso y arrastraba consigo la angustia de la última reciente parada del amor. Dos meses se habían transformado en la infinitud del dolor, la alarmante manía de los amantes que enredados en confusiones perturbadoras del destino, de un día para otro pasan de la eterna felicidad, a la eterna agonía.
 El día empezaba, con un calor que resonaba en las casas, calles, oficinas, comercios; con rostros húmedos y sudores intensos. En el medio de la algarabía de los más púberes, se mezclaba sigilosamente la intolerable sensación de los que sufren. Ella hizo sus tareas, como era usual, con la cordialidad de los que dictan las normas de cortesía, con la diplomacia que manda la burgués ambiguedad de los que evocan pacatas épocas de apariencias. El recorrido tedioso y conocido, era una típica ilustración de antañas geografías norteñas, porque la visión se tornaba nebulosa, distorsionando las formas, con el resplandor sobre el candente pavimento.
 Llegó apenas pasadas las 12:35 del mediodía. El almuerzo servido, el aroma a laurel que le recordaba manitos chiquitas y pies descalzos en la galeria del fondo. No era día para estofado pero la otra, la que en cinta la despertó a la vida, estaba de antojos.
 Luego la siesta. Las libélulas ( como gustaba llamarle a la peque) revoloteban anunciando aguacero. Ya hacía falta, meses que no llovía. Extraña paradoja: afuera no llovía, pero por dentro diluviaba.
 El mensaje entró a las 15:42:
" nos vemos?? te espero a las 18 en casa. dale con tereré y galletitas diet ( sé que te cuidás! jeje)."
 Ella sonrió casi sin hacerlo. Tenía mucho por hacer, pero el calor y... el frío, no se llevan bien. El alma estaba congelada. Se la habían congelado. Decidió darse una ducha. Se detuvo frente al placard, miró cuidadosamente. Intentó elegir que ponerse con cierto interés, pero luego pensó "¿qué hago? ¿qué importa que me pongo?"
 Eran las 16: 30. Que raro, el tiempo no pasa y sin embargo a veces parecía con simultaneidad saltar, volar, esfumarse. Miró por la ventana, dos niños jugaban al carnaval ("El agua se agota, y ellos derrochando"). Sonrió una vez más, sin ganas pero contenta, porque aún hay quienes no tienen registros de los peligros, son libres y se animan.
 Su mano izquierda revelaba en su reloj pulsera las 17:45. Se apresuró a salir.
 Entre ademanes y miradas cómplices la charla tuvo el colorido de las díscolas palabras entre el recuerdo y la actualidad. Los rostros mutaban entre la sonrisa y la nostalgia.
-Ha sido muy duro con vos-
-Pero no es así... es muy dulce... muy tierno-
-Pero te dejó-
-Si... pero fueron otras cosas, ya sabés. Ya hablamos de eso-
-Si, pero te dejó- Repitió subiendo las cejas y mostrando una mueca de desagrado.
-Si-... respondió ella tomando la mano que le ofrecía la compañía en el desagradable transe que estaba marcando su vida, mientras asentía con su cabeza lo que hubiera preferido no compartir nunca.
-Es tiempo amiga de dejarlo ir-
 Solo otra mueca. El corazón sangrando por dentro, gota a gota... el cruel repiqueteo de las palabras haciendo eco en la innecesaria letanía de los sueños perdidos.
 El cielo comenzó a tornarse marrón. El viento en remolinos ascendentes, predecía la tormenta que se avecinaba.
 20:40 señalaba el reloj analógico del comedor. La otra se había adelantado con la cena. ¿Huele rico?- preguntó. No hubo respuesta, no hubo reclamo. Esas cosas la otra lo percibe, lo huele, lo intuye.
 La serie de los martes, entre pasos de comedia y dramatismo. Los diálogos clicheados, remanidos de las series americanas. La vista que ve, pero no mira.
 Un buenas noches imperceptible, las luces que se apagan y las ganas de que sea nunca, para no sentirse así.
 La almohada, su confidente indomable la esperaba como cada sueño, con la suave manía de cobijar sus lágrimas. Se acostó, giró su cabeza y observó: las 23:48. Los sonidos se llegaban desde lejos... había un manojo de carcajadas solitarias y palabras que no lograban traducirse. Luego, flotando entre cerezos y fresas envueltas en sedas, iban dos alas azules detrás de dos alas blancas... Estaba el mar, la lluvia, la luna... el arco iris.... el cielo... y un puente. Las alas azules lo cruzaron, pero las blancas tomaron carrera a destiempo...
 Dos piedras vinieron a dar contra la ventana. Había comenzado a llover y caer granizo. El ruido la sacó del sueño. Llevó sus dos manos a la cara, se acomodó el pelo y respiró profundamente. Alcanzó a sentarse y buscó la perilla de la lámpara. Las 5 de la madrugada. Después abrió el cajón, buscó sin ver entre sus pertenencias. Sacó una foto, se volvió a acostar y la puso sobre su pecho. Cerró con lentitud sus ojos esperando la llegada del sueño nuevamente. Vinieron imágenes, de manitas y piecitos, de niños jugando al carnaval, de alas azules y blancas.... pero no llegó el recuerdo, entre desplazamientos y condensaciones, la sensación ya no fue del pasado, sino hacia adelante... otra vez la mueca, otra vez el suspiro. Pero ya no hubo llanto, sino la desquiciada esperanza de la infinitud.

Patricia Gonzalez.


                                                                       

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